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Opinión

  • Arturo D. Villanueva Imaña

Los actos de posesión para la nueva gestión del presidente Evo Morales permite reflexionar acerca de algunos aspectos que entraña el ejercicio del poder y el gobierno, en vista de la forma cómo se lo ha puesto en práctica en estos últimos años.

Uno de los fenómenos paradojales que resalta y despierta un sinnúmero de interpretaciones, tiene que ver con el significativo respaldo electoral y popular del que goza el Presidente. Recientemente y en diversas ocasiones, ha surgido la pregunta de por qué, siendo que el presidente Evo Morales tiene más del 60 por ciento de apoyo electoral, se ha hecho patente un descontento generalizado que inclusive amenazó y amenaza con traducirse en un voto castigo en las elecciones.

La explicación inmediata y no exenta de razón la dieron las propias organizaciones y sectores sociales donde se expresó el fastidio: la imposición vertical de candidatos no consensuados.

Sobre el tema, valdría la pena considerar una interpretación diferente (aunque no necesariamente excluyente). Teniendo en cuenta que muy al contrario de adoptar una forma de gobierno y liderazgo acordes a un proceso de transformación alternativa al sistema y los regímenes de gobierno tradicionales, lo que ha sucedido es la repetición de una lógica de la competencia y el individualismo, generalmente orientadas a granjearse los favores del caudillo mayor. Bajo esos términos, se ha impuesto una lucha fratricida por imponer liderazgos individuales (quién hace más obras, quién arrastra más seguidores, quién invierte más y termina obras primero, etc.), lo cual ha terminado sustituyendo a las organizaciones sociales, al debate colectivo y a la construcción de consensos y propuestas por caudillos, jefes y mandamases que terminaron imponiendo su palabra, arguyendo contar con la anuencia y la venia superior.

De esa forma, los movimientos, organizaciones y sectores sociales no sólo tienden a proliferar y expresarse lo más ruidosamente que se pueda (mejor si paralizando el país, porque esa es la forma de “hacerse sentir” y ser tomados en cuenta), sino que se convierten en un trampolín para pegas, canonjías y prebendas. A su turno, esa lógica dirigencial del manejo del conflicto se ha constituido en el mecanismo desde el gobierno para captar y lograr adhesiones y respaldos, cuya consistencia y duración están en correspondencia (muy efímera) a los favores recibidos, al margen de constituir una práctica perversa de la antigua derecha conservadora.

Por eso se puede entender los episódicos respaldos y descontentos frecuentes que se producen, pero que a la larga (y precisamente por no comprometer ninguna convicción que no sea el interés inmediato de disfrutar y recibir algún beneficio material), han estado signados por la conveniencia de quedarse y apoyar la opción ganadora o el “caballo del corregidor”.

Lo que queda en duda es la consistencia y sostenibilidad de una alianza de este tipo.

Por otra parte, y como ya ha sido insinuado anteriormente, las prácticas prebendales y asistencialistas no solamente refuerzan caudillismos individualistas emergentes que se encargan de hacer el nexo entre el Estado y los sectores sociales (negociando acuerdos y beneficios a nombre de la mayoría), sino que dada la elevada disponibilidad de recursos que permiten realizar ofrecimientos de diverso tipo de inversiones y obras, finalmente tiene la “virtud” de crear nuevos adherentes, porque se sienten beneficiarios históricos de las dádivas del Estado. Más aún, sabiendo  que en el pasado habían sido desatendidas, o francamente rechazadas, provocando un sentimiento de exclusión, discriminación y ninguneo.

Sin embargo, en contrapartida, esos adherentes circunstanciales, no conforman ni constituyen militantes de un proceso alternativo con conciencia política. Se trata de adhesiones (generalmente electorales), que se originan en el agradecimiento de haber recibido algo, y porque su visión se limita a exigir lo que les fue negado en el pasado, sólo tienen un carácter inmediatista y coyuntural. Es decir, no se trata de militantes del cambio y al reforzarse los lazos asistenciales y prebendalistas se pierde la oportunidad de generar un nuevo tipo de relaciones de gobierno y democracia, en el estricto sentido de gobierno del pueblo. En este caso, es una ilusión de poder del pueblo, porque el gobierno y el poder, no se encuentran en sus manos.

  • Es sociólogo
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