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Cuando uno contempla este mar de sal, no se imagina veleros navegando, pescadores sacando toneladas de peces en sus redes, mujeres y niños cargando los peces para la venta o cosechando las sabrosas algas o los huevecillos de los miles de patos que anidaban en las totoras; 

cuando uno contempla este mar de sal no se imagina un lago con 13 metros de profundidad que se perdía en el horizonte. Hoy solo quedan huellas erosionadas, fauna muerta y seca y silencio absoluto en lo que fue un inmenso lago llamado Poopó, el segundo más grande de Bolivia. Un lago asesinado por la desidia de los gobernantes y envenenado por la contaminación minera, como delatan los comunarios tristes mientras contemplan este mar de sal sin vida.

Decidimos hacer un recorrido por el lago Poopó, para ver con nuestros propios ojos el llamado “desastre natural” por la Ley Departamental de 2015. Recorremos más de sesenta y cuatro kilómetros desde Oruro para llegar al municipio de Toledo, en el trayecto se puede apreciar el lago Uru Uru, un lago menor a una distancia de 8 kilómetros de la ciudad de Oruro, y que se conecta al lago Poopó mediante el río Desaguadero, que cuenta con nivel de agua muy bajo y con bastante basura a su alrededor.

El contraste de los colores del altiplano central es impresionante, tonos acres, amarillos, ladrillos pintan el paisaje de esa gran planicie que es el altiplano. De Toledo nos desviamos por la izquierda -“siempre por la izquierda” como nos indica nuestro guía-; el paisaje no cambia mucho, solo la pampa se aprecia en el horizonte con unos pequeños cerros de fondo. La sequía que asola el altiplano este año se hace más evidente en esta zona: casi no hay pastizales y las vigiñas (reservorios superficiales de agua que se usan como bebederos) están vacías, por ello no es extraño no encontrar a ningún ser vivo ni en el camino, ni en los tres pequeños rancheríos por los que pasamos, solo el silencio nos recibe.

Luego de un viaje que nos parece interminable en esa meseta, nos vamos acercando a la Isla de Panza, un promontorio de unos 6,5 kilómetros de largo, que hace unos 15 años estaba rodeada de agua. Atravesamos la isla para llegar ahora sí a lo que debería ser la orilla del lago Poopó, aunque inicialmente nuestro destino era Untavi -el pueblo de los pescadores-, nos desorientamos y aparecemos en la Isla de Panza. En este nuevo desierto de sal es difícil orientarse.

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Las casas de la Isla de Panza –que ya no es más una isla- se hallan vacías, la migración se ha hecho latente en la misma desde la sequía de la década de los ochenta, ahora se ha acrecentado aún más: “Mujeres nomás hay, los hombres ya se han ido a trabajar, con niños más así nomás están, otros están en la ciudad como ayudante de albañil, así están trabajando como pueden, están sobreviviendo”, nos dice doña Cristina Mamani, autoridad originaria de la isla.

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Somos recibidos por las vicuñas, dueñas y señoras de la isla, que han encontrado en ella un refugio de la caza ilegal, y cuyo hábitat se ve ahora afectado por la sequía del lago.

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Desde la parte alta de la Isla de Panza se podía observar gran parte del lago, ahora solo se observa un enorme salar.

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Llegamos a orillas de la isla y comenzamos a adentrarnos en ese mar de tierra seca y salitrosa en la que se ha convertido el lago Poopó. El tata Valerio Rojas, Mallku de la isla, nos cuenta cómo ha cambiado el lago: “Yo he recorrido todo el lago, tengo más de cuarenta años de pescador, la pesca es mi profesión. El lago tenía una extensión aproximada de 2.500 kilómetros cuadrados, en la década de los 70, 80 en esa época la profundidad máxima del lago era de 13 metros. Nosotros trajimos nuestros veleros desde el lago Titicaca, había como cuarenta veleros, como el lago era hondo no podíamos arriesgar nuestras vidas, porque entrabamos de madrugada, o cuando había fuertes corrientes de viento asegurábamos nuestras lanchas en las pequeñas islas que teníamos dentro del lago. Los desembarcos de cada sector alcanzaban a más de 220 toneladas de pesca anual y había varias cooperativas organizadas en una Federación Departamental de Pescadores. Ahora el lago, es un lago seco, desierto nomás”, dice mientras baja la cabeza.

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La tierra es firme aunque aún húmeda y los autos pueden entrar sin ningún problema por el lago seco. “Ahora, como ha cambiado, los efectos medio ambientales por esto de la minería, nos ha afectado ahora en el lago no se produce ni sal, ni kuykas (algas), como dice nuestro hermano presidente que el comía, le hemos invitado a que pueda visitar la comunidad y ver si aún hay esos churitos, la kuyka, lo caracoles o por lo menos algo de sal, que podemos recoger para preparar nuestra comida: no hay”, nos sigue contando el Tata Valerio.

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Nos volvemos a encontrar con las hermosas vicuñas que se adentran en manada por el lago seco, acaso en busca de un poco de agua.

Mientras avanzamos solo un inmenso salar desierto nos rodea, así que decidimos dirigirnos al lugar donde en 2014 se registró la muerte de miles de peces y cientos de aves, a los lejos ya se observa la tragedia.

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Los botes son mudos testigos de la tragedia del lago, han sido quizá abandonados por los pescadores que han tenido que migrar en busca de otra fuente de trabajo. La orilla se ha convertido en un cementerio de botes.

DSC03269    peces muertos 2014

Todavía se observan signos de la tragedia de 2014, las olas arrastraron a los peces y aves a la orilla. El tata Valerio aún recuerda ese día: “En noviembre de 2014 nosotros hemos estado presentes cuando ha pasado la tragedia ambiental, no éramos más de treinta familias en el lago, hemos visto como ha sido el fenómeno, producto de la reducción del espejo de agua y esto hay que resaltar y hablar fuerte: que no había comida para toda la biodiversidad, para los patos y los peces no había comida, ya no hay los fitoplancton, han desaparecido producto de la contaminación minera”.

“Con la reducción del espejo de agua la profundidad promedio era de cuarenta centímetros y la temperatura subió a unos veinte grados centígrados, pero aun el pez podía soportar esa temperatura, el problema era que no tenían qué comer, no había algas que generan oxígeno, entonces no había oxígeno y no había que comer, entonces tenían que perecer nomás los peces. Como ya no teníamos que pescar nos hemos salido, luego hemos retornado después de dos días y la gran sorpresa era que las fuertes corrientes de viento han sacado a las orillas los peces muertos, lo peces no han salido vivos, han muerto dentro del agua y han sido arrastrados, había una tremenda alfombra de peces, que hoy la naturaleza misma se ha encargado de limpiar”.

DSC03271    pato muerto 2014

“Nosotros hemos alertado a las autoridades de Oruro, a la Secretaria Departamental de Medio Ambiente, a la Unidad de Pesca del SEDAG (Servicio Departamental de Agricultura y Ganadería) pero lo cierto es que no hay gente experta que conoce el tema, porque nuestras autoridades nos dicen: 'no queremos hablar el tema de la contaminación del lago, no nos hablen', así nos dicen”, denuncia el tata. La sal que ahora se apodera del lago ha hecho que los cuerpos de algunos animales no se descompongan, se han momificado y su presencia es un recordatorio de la tragedia ambiental.

Consternados y con un nudo en la garganta retomamos nuestros pasos, no sin antes llevarnos el susto de quedar varados en esa orilla del lago, pero gracias a las maniobras de nuestro conductor, retornamos por las pampas de Toledo.

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Al regresar por fin con encontramos con seres vivos: doña Sofía y sus “chitacos” (expresión local para nombrar a los corderos que se quedan huérfanos y son criados por sus dueños). Ella no quiere que la fotografiemos, dice: “Antes el lago era harto, las autoridades vienen a ver nada bueno hay, nada hacen, en vano vienen a ver, la prensa viene a ver, sacan fotos, 'va a haber ayuda', dicen, qué ayuda, vienen a ver y eso sale en la ciudad y nada más, por lo menos nos pueden dar una ayuda, lindo sería”; la sequía afecta a su ganado -comenta- y de prolongarse pronto se acabará el cauchi (césped natural de la zona) y la poca agua de las vigiñas, para los pequeños chitacos. Doña Sofía mira preocupada hacia el lago seco.

Después de compartir con ella una merienda de frutas, nos indica cómo llegar a Untavi, se lo agradecemos pero decidimos retornar. Ya hemos visto suficiente de esa vasta y triste soledad que envuelve al antes lago, la impotencia y el hambre nos apremia a regresar a Toledo.

Después de un frío pero sabroso “Condori” (plato típico de la zona en base a cordero y chuño) estamos listos para retornar a Oruro; decidimos hacerlo por el camino que une Toledo con el Choro, municipio distante a 40 kilómetros de Oruro. El Choro es un municipio agroganadero que se beneficia de las aguas del río Desaguadero, en los últimos años en el municipio se ha realizado una excesiva canalización de estas aguas para riego. El paisaje del altiplano no varía, la diferencia son solo algunos canales de agua de la asociación de regantes, que se hallan con poco o nada del líquido elemento.

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Atravesamos el puente del Choro, sobre el río Desaguadero, uno de los ríos que alimentaba al lago. El río Desaguadero une sus aguas con el río Huanuni en el municipio de Machacamarca; a su vez el río Huanuni arrastra metales pesados y copagira desde las operaciones de la Empresa Minera Huanuni, esta contaminación llegaba hasta el lago Poopó, siendo uno de los causantes de la sedimentación y muerte de biodiversidad microbiana del lago. Ahora las aguas del Desaguadero están estancadas.

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Las totoras que esta época del año debían estar verdes y en abundancia como forraje para el ganado, se hallan secas y escasas. Este año no habrá alimento de totoras para el ganado, ni casas para los patos y otras aves que anidaban en las mismas.

En un afán por convencernos, resistiéndonos a creer que el lago Poopó, el segundo lago más grande de Bolivia, declarado sitio RAMSAR, el oasis del yermo altiplano orureño haya desaparecido del todo; nos dirigimos hacia Huari por la carretera hacia Potosí, Huari tiene una vista panorámica del lago.

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Desde Huari se puede ver el lago a una altura mayor, donde antes las montañas se reflejaban en el espejo de agua, ahora solo se observa una enorme hilera blanca de sal.

¿Que pasara ahora con los pescadores, cuál será su futuro?: “Qué más puedo hacer yo, ya no puedo vender, pescado ya no hay, tendré que irme a otro país, hasta mis hijos han dejado de estudiar porque ya no me alcanza, los que están en colegio tienen que acabar pero los que han salido bachiller tienen que descansar porque no me alcanza. Entonces tendremos que ir a trabajar a otro país”, dice la Mama Cristina. El tata Valerio es más optimista cuando le preguntamos sobre el futuro: “Yo creo que aún tenemos que soñar y tenemos futuro, todos tienen futuro, nuestros hijos, nuestros hermanos, y el futuro tiene que ser conjunto: hemos tomado la decisión de hacer proyectos alternativos”, nos responde. Derrotados y convencidos de que el lago Poopó ha desaparecido, luego de más de 15 horas de viaje, retornamos a Oruro.

Fotoreportaje: Helga Cauthin - CENDA

Visto 3071 veces Modificado por última vez en Lunes, 18 Enero 2016 11:59
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